EL NEOLIBERALISMO COMO DESTRUCCIÓN CREATIVA
EL NEOLIBERALISMO COMO DESTRUCCIÓN CREATIVA
DAVID HARVEY ««
Universidad de New York
Fecha de recepción: 25 de Abril de 2008
Fecha de aceptación: 13 de junio de 2008
« Traducido del ingles por Germán Leyens
«« The Annals of the American Academy of Political and Social Science 2007. Profesor en el Centro de Postgrado de la
Universidad de la City University of New York. Es autor de varios libros, entre ellos: "A Brief History of Neoliberalism," "
The New Imperialism," "Spaces of Hope," " The Limits to Capital," y "The Condition of Postmodernity."
RESUMEN
Utilizando el aserto de Schumpeter “destrucción creativa”, el autor presenta en este
artículo una panorámica del neoliberalismo desde el punto de vista económico que
disemina y analiza uno a uno los elementos centrales de la política neoliberal,
provenientes de la crisis de acumulación, en su versión keynesiana y de los Estados
benefactores – la “destrucción”- y puestos en acción – la “creación”- en
alcanzamiento de una re-construcción planetaria del poder de clase, en donde
nuevos actores como Rusia, China y otros países “exitosos”, sirven de fase para
orquestar el éxito, a través de los mass-media, lo que en otros países y contextos
ha sido una política de empobrecimiento, miseria y concertación del ingreso.
Palabras Clave: Poder de clase, neoliberalismo, fundamentalismo, libre comercio,
privatización, redistribución estatal, desposeimiento.
ABSTRACT:
Using the assertion of Schumpeter “creative destruction”, the author
presents/displays in this article a panoramic one of the neoliberalism from the
economic point of view that one by one scatters and analyzes the central of the
neoliberal policy, originating elements of the accumulation crisis, in its Keynsian
version and of the States beneficient - the “destruction” - and put in action - the
“creation” - in alcanzamiento of a planetary reconstruction of the class power, where
new actors like Russia, China and other countries “successful”, they serve as phase
to orchestrate the success, through them mass-average, which in other countries
and contexts has been a policy of impoverishment, misery and agreement of the
entrance.
Key words: To be able of class, neoliberalism, fundamentalism, frees commerce,
privatization, state redistribution, desposeimiento
1. INTRODUCCIÓN
El neoliberalismo se ha convertido en un discurso hegemónico con efectos omnipresentes en las
maneras de pensar y las prácticas político-económicas hasta el punto de que ahora forma parte del
sentido común con el que interpretamos, vivimos, y comprendemos el mundo. ¿Cómo logró el
neoliberalismo una condición tan augusta, y qué representa? En este artículo, el autor afirma que el
neoliberalismo es sobre todo un proyecto para restaurar la dominación de clase de sectores que
vieron sus fortunas amenazadas por el ascenso de los esfuerzos socialdemócratas en las secuelas
de la Segunda Guerra Mundial. Aunque el neoliberalismo ha tenido una efectividad limitada como
una máquina para el crecimiento económico, ha logrado canalizar riqueza de las clases
subordinadas a las dominantes y de los países más pobres a los más ricos. Este proceso ha
involucrado el desmantelamiento de instituciones y narrativas que impulsaban medidas distributivas
más igualitarias en la era precedente.
El neoliberalismo es una teoría de prácticas políticas económicas que proponen que el bienestar
humano puede ser logrado mejor mediante la maximización de las libertades empresariales dentro
de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada, libertad individual,
mercados sin trabas, y libre comercio. El papel del Estado es crear y preservar un marco institucional
apropiado para tales prácticas. El Estado tiene que preocuparse, por ejemplo, de la calidad y la
integridad del dinero. También debe establecer funciones militares, de defensa, policía y judiciales
requeridas para asegurar los derechos de propiedad privada y apoyar mercados de libre
funcionamiento. Además, si no existen mercados (en áreas como la educación, la atención sanitaria,
o la contaminación del medioambiente) deben ser creados, si es necesario mediante la acción
estatal. Pero el Estado no debe aventurarse más allá de esas tareas. El intervencionismo del Estado
en los mercados (una vez creados) debe limitarse a lo básico porque el Estado no puede
posiblemente poseer suficiente información como para anticiparse a señales del mercado (precios) y
porque poderosos intereses inevitablemente deformarán e influenciarán las intervenciones del
Estado (particularmente en las democracias) para su propio beneficio.
Por una variedad de razones, las prácticas reales del neoliberalismo discrepan frecuentemente de
este modelo. Sin embargo, ha habido por doquier un cambio enfático, dirigido ostensiblemente por
las revoluciones de Thatcher/Reagan en Gran Bretaña y EE.UU., en las prácticas políticoeconómicas
y en el pensamiento desde los años setenta. Estado tras Estado, los nuevos que
emergieron del colapso de la Unión Soviética a socialdemocracias y Estados de bienestar de antiguo
estilo tales como Nueva Zelanda y Suecia, han abrazado, a veces voluntariamente y a veces como
reacción a presiones coercitivas, alguna versión de la teoría neoliberal y han ajustado por lo menos
algunas de sus políticas y prácticas correspondientemente. Sudáfrica post-apartheid adoptó
rápidamente el marco liberal e incluso China contemporánea parece orientarse en esa dirección.
Además, propugnadores de la mentalidad neoliberal ocupan ahora posiciones de considerable
influencia en la educación (universidades y muchos think-tanks), en los medios, en las salas de los
consejos de las corporaciones y de las instituciones financieras, en instituciones estatales clave
(departamentos del tesoro, bancos centrales), y también en aquellas instituciones internacionales
como ser el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial de Comercio (OMC) que
regulan las finanzas y el comercio globales. El neoliberalismo, en breve, se ha convertido en
hegemónico como un modo de discurso y tiene efectos omnipresentes en las maneras de pensar y
las prácticas político-económicas hasta el punto en que se ha incorporado al sentido común con el
que interpretamos, vivimos, y comprendemos el mundo.
La neoliberalización se ha extendido, en efecto, por el mundo como una vasta marea de reforma
institucional y ajuste discursivo. Aunque abundante evidencia muestra su desarrollo geográfico
irregular, ningún sitio puede pretender una inmunidad total (con la excepción de unos pocos Estados
como ser Norcorea.) Además, las reglas de enfrentamiento establecidas a través de la OMC (que
rigen el comercio internacional) y por el FMI (que rigen las finanzas internacionales) amplifican el
neoliberalismo como un conjunto de reglas internacionales. Todos los Estados que se afilian a la
OMC y al FMI (¿y cuál puede permitirse no hacerlo?) aceptan acatar (a pesar de un "período de
gracia" para permitir un ajuste tranquilo) esas reglas o enfrentar severos castigos.
La creación de este sistema neoliberal ha involucrado mucha destrucción, no sólo de previos marcos
y poderes institucionales (tales como la supuesta soberanía previa del Estado sobre los asuntos
políticos-económicos) sino también de divisiones laborales, de relaciones sociales, provisiones de
seguridad social, mezclas tecnológicas, modos de vida, apego a la tierra, costumbres sentimentales,
formas de pensar, etc. Se justifica una cierta evaluación de los aspectos positivos y negativos de
esta revolución neoliberal. En lo que sigue, por ello, esbozaré en algunos argumentos preliminares
cómo comprender y evaluar esta transformación en el modo en el que trabaja el capitalismo global.
Esto requiere que arrostremos las fuerzas, intereses, y agentes subyacentes que han impulsado
esta revolución neoliberal con tan implacable intensidad. Para usar la retórica neoliberal contra ella
misma, podemos preguntar razonablemente:
¿Qué intereses particulares llevan a que el Estado adopte una posición neoliberal y en qué forma
han utilizado esos intereses el neoliberalismo para beneficiarse en lugar de beneficiar, como
pretenden, a todos, por doquier?
2. LA "NATURALIZACIÓN" DEL NEOLIBERALISMO
Para que algún sistema de pensamiento llegue a ser dominante, requiere la articulación de
conceptos fundamentales que se arraiguen tan profundamente en entendimientos de sentido común
que lleguen a ser tomados por dados e indiscutibles. Para que esto suceda, no sirve cualquier
concepto viejo. Hay que construir un aparato conceptual que atraiga casi naturalmente a nuestras
intuiciones e instintos, a nuestros valores y a nuestros deseos, así como a las posibilidades que
parecen ser inherentes al mundo social que habitamos. Los personajes fundadores del pensamiento
neoliberal tomaron por sacrosantos los ideales políticos de la libertad individual – así como los
valores centrales de la civilización. Al hacerlo, eligieron sabiamente y bien, porque son ciertamente
conceptos convincentes y muy atractivos. Esos valores fueron amenazados, arguyeron, no solo por
el fascismo, las dictaduras, y el comunismo, sino también por todas las formas de intervención
estatal que sustituyeron los juicios colectivos por los de individuos dejados en libertad de elegir.
Luego concluyeron que sin "el poder diseminado y la iniciativa asociada con (la propiedad privada y
el mercado competitivo) es difícil imaginar una sociedad en la que la libertad pueda ser preservada
efectivamente."(1)
Dejando de lado la pregunta de si la parte final del argumento resulta necesariamente de la primera,
no puede caber duda de que los conceptos de libertad individual son poderosos por sí mismos,
incluso más allá de aquellos terrenos en los que la tradición liberal ha tenido una fuerte presencia
histórica. Semejantes ideales dieron fuerza a los movimientos disidentes en Europa Oriental y en la
Unión Soviética antes del fin de la guerra fría así como a los estudiantes en la plaza Tiananmen. El
movimiento estudiantil que recorrió el mundo en 1968 – de París y Chicago a Bangkok y la Ciudad
de México – fue animado en parte por la búsqueda de más libertades de expresión y de decisión
individual. Esos ideales han demostrado una y otra vez que constituyen una poderosa fuerza
histórica por el cambio.
No es sorprendente, por lo tanto, que los llamados por la libertad rodeen retóricamente a EE.UU. a
cada vuelta y que pueblen todo tipo de manifiestos políticos contemporáneos. Eso ha valido
particularmente para EE.UU. en los últimos años. En el primer aniversario de los ataques conocidos
ahora como 11-S, el presidente Bush escribió un artículo editorial para el New York Times en el que
extrajo ideas de un documento de Estrategia Nacional de EE.UU. publicado poco después. "Un
mundo en paz de creciente libertad," escribió, incluso mientras su gabinete se preparaba para lanza
la guerra contra Iraq, "sirve a largo plazo a los estadounidenses, refleja ideales perdurables y une a
los aliados de EE.UU." "La humanidad," concluyó, "tiene en sus manos la oportunidad de ofrecer el
triunfo de la libertad sobre sus enemigos de siempre," y "EE.UU. abraza sus responsabilidades de
dirigir en esta gran misión." De modo aún más enfático, proclamó más adelante que "la libertad es el
regalo del Todopoderoso a cada hombre y mujer en este mundo" y "como la mayor potencia del
mundo [EE.UU. tiene] una obligación de ayudar a la extensión de la libertad." (2)
De modo que cuando todas las demás razones para lanzarse a una guerra preventiva contra Iraq
resultaron ser falaces o por lo menos deficientes, el gobierno de Bush apeló crecientemente a la idea
de que la libertad conferida a Iraq era intrínsicamente una justificación adecuada para la guerra.
¿Pero qué clase de libertad estaba prevista en este caso, ya que, como señaló seriamente hace
mucho tiempo el crítico cultural Matthew Arnold: "La libertad es un excelente caballo para cabalgar,
pero para cabalgar a alguna parte, (3) ¿Hacia qué destino, entonces, se esperaba que el pueblo
iraquí cabalgara sobre el caballo de la libertad que le fue conferido de modo tan desinteresado por la
fuerza de las armas?
La respuesta de EE.UU. fue dada el 19 de septiembre de 2003, cuando Paul Bremer, jefe de la
Autoridad Provisional de la Coalición, promulgó cuatro órdenes que incluían "la plena privatización
de empresas públicas, plenos derechos de propiedad de empresas iraquíes para firmas extranjeras,
repatriación total de los beneficios extranjeros… la apertura de los bancos iraquíes al control
extranjero, el tratamiento nacional para compañías extranjeras y… la eliminación de casi todas las
barreras comerciales." (4) Las órdenes debían ser aplicadas a todas las áreas de la economía,
incluyendo a los servicios públicos, los medios de información, la manufactura, los servicios, los
transportes, las finanzas, y la construcción. Sólo exceptuaron el petróleo.
También fue instituido un sistema tributario regresivo favorecido por los conservadores, llamado un
impuesto de tipo único. El derecho de huelga fue ilegalizado y los sindicados prohibidos en sectores
clave. Un miembro iraquí de la Autoridad Provisional de la Coalición protestó contra la imposición
forzada del "fundamentalismo de libre mercado," describiéndolo como "una lógica defectuosa que
ignora la historia." (5) Sin embargo, el gobierno iraquí interino nombrado a fines de junio de 2004 no
obtuvo ningún poder para cambiar o escribir nuevas leyes – sólo pudo confirmar los decretos que ya
habían sido promulgados.
Lo que evidentemente trataba de imponer EE.UU. a Iraq era un aparato estatal neoliberal hecho y
derecho cuya misión fundamental era y es facilitar las condiciones para una acumulación rentable de
capital para todos, iraquíes y extranjeros por igual. Se esperaba, en breve, que los iraquíes
cabalgaran su caballo de la libertad directamente al corral del neoliberalismo. Según la teoría
neoliberal, los decretos de Bremer son necesarios y suficientes para la creación de riqueza y por lo
tanto para el bienestar mejorado del pueblo iraquí. Constituyen el fundamento apropiado para un
adecuado estado de derecho, la libertad individual, y el gobierno democrático. La insurrección que
siguió puede ser interpretada en parte como resistencia iraquí a ser presionados hacia el abrazo del
fundamentalismo de libre mercado contra su libre voluntad. Es útil recordar, sin embargo, que el
primer gran experimento en la formación de un Estado neoliberal fue Chile después del golpe de
Augusto Pinochet, casi exactamente treinta años antes de la promulgación de los decretos de
Bremer, en el "pequeño 11 de septiembre" de 1973. El golpe, contra el gobierno socialdemócrata,
democráticamente elegido e izquierdista, de Salvador Allende, fue fuertemente respaldado por la
CIA y apoyado por el Secretario de Estado de EE.UU., Henry Kissinger. Reprimió violentamente a
todos los movimientos sociales y organizaciones políticas a la izquierda del centro y desmanteló
todas las formas de organizaciones populares, como ser centros comunitarios de salud en
vecindarios pobres. El mercado laboral fue "liberado" de restricciones reguladoras o institucionales –
el poder sindical, por ejemplo. Pero, en 1973, las políticas de sustitución de importación que habían
dominado anteriormente en los intentos latinoamericanos de regeneración económica, y que habían
tenido un cierto éxito en Brasil después del golpe de 1964, se habían desprestigiado. Con la
economía mundial en medio de una seria recesión, se necesitaba evidentemente algo nuevo. Un
grupo de economistas de EE.UU. conocido como "los Chicago boys," por su apego a las teorías
neoliberales de Milton Friedman, que entonces enseñaba en la Universidad de Chicago, fueron
llamados para ayudar a reconstruir la economía chilena. Lo hicieron siguiendo líneas de libre
mercado, privatizando activos públicos, abriendo recursos naturales a la explotación privada, y
facilitando inversiones extranjeras directas y el libre comercio. Garantizaron el derecho de las
compañías extranjeras a repatriar beneficios de sus operaciones chilenas. Favorecieron el
crecimiento basado en las exportaciones por sobre la sustitución de importaciones. La subsiguiente
reanimación de la economía chilena en términos de crecimiento, acumulación de capital, y altas
tasas de rentabilidad para las inversiones extranjeras suministró evidencia sobre la cual se pudo
modelar las políticas neoliberales más abiertas tanto en Gran Bretaña (bajo Thatcher) y EE.UU. (bajo
Reagan). No fue por primera vez en que un brutal experimento en destrucción creativa realizado en
la periferia se convirtió en modelo para la formulación de políticas en el centro. (6)
Que dos reestructuraciones obviamente similares del aparato estatal hayan ocurrido en tiempos tan
diferentes en partes bastante diferentes del mundo bajo la influencia coercitiva de EE.UU. podría ser
tomado como indicativo de que el sombrío alcance del poder imperial de EE.UU. podría encontrarse
tras la rápida proliferación de formas de Estado neoliberal en todo el mundo a partir de mediados de
los años setenta. Pero el poder y la temeridad de EE.UU. no constituyen toda la historia. No fue,
después de todo, EE.UU., quien obligó a Margaret Thatcher a emprender el camino neoliberal en
1979. Y a comienzos de los años ochenta, Thatcher fue una propugnadora mucho más consecuente
del neoliberalismo que lo que llegó alguna vez a ser Reagan. Ni fue EE.UU. el que obligó a China en
1978 a seguir el camino que con el tiempo la llevó a acercarse más y más al abrazo del
neoliberalismo. Sería difícil atribuir los avances hacia el neoliberalismo en India y Suecia en 1992 al
alcance imperial de EE.UU. El disparejo desarrollo geográfico del neoliberalismo en la escena
mundial ha sido un proceso muy complejo que involucró múltiples determinaciones y más que un
poco de caos y confusión. ¿Por qué, entonces, ocurrió el giro neoliberal, y cuáles fueron las fuerzas
que lo hicieron avanzar hasta el punto en que ahora se ha convertido en un sistema hegemónico
dentro del capitalismo global?
3. ¿A QUÉ SE DEBE EL GIRO NEOLIBERAL?
Hacia fines de los años sesenta, el capitalismo global iba cayendo en una situación caótica. Una
recesión importante ocurrió a comienzos de 1973 – la primera desde la gran crisis de los años
treinta. El embargo del petróleo y el aumento de los precios del crudo que sobrevinieron
posteriormente durante ese año después de la guerra árabe-israelí exacerbaron problemas críticos.
El capitalismo arraigado del período de posguerra, con su fuerte énfasis en un pacto difícil entre el
capital y el trabajo realizado gracias a la mediación de un Estado intervencionista que prestó mucha
atención a lo social (es decir a los programas de asistencia) y a los salarios individuales, ya no
funcionaba. El acuerdo de Bretton Woods establecido para regular el comercio y las finanzas
internacionales fue finalmente abandonado en 1973 a favor de tasas de cambio flotantes.
Ese sistema había producido altas tasas de crecimiento en los países capitalistas avanzados y
generado algunos beneficios indirectos – de modo más obvio en Japón pero también diferentemente
a través de Sudamérica y algunos otros países del Sudeste Asiático – durante la "edad dorada" del
capitalismo en los años cincuenta y a comienzos de los sesenta. Al llegar la década siguiente, sin
embargo, los sistemas previamente existentes estaban agotados y se necesitaba urgentemente una
nueva alternativa para reiniciar el proceso de la acumulación de capital. (7) Cómo y por qué el
neoliberalismo emergió victorioso como respuesta a ese dilema es una historia compleja. En
retrospectiva, puede parecer como si el neoliberalismo hubiera sido inevitable, pero en esos días
nadie sabía o comprendía realmente con alguna certeza qué clase de reacción daría resultados y
cómo.
El mundo trastabilló hacia el neoliberalismo a través de una serie de virajes y movimientos caóticos
que terminaron por converger en el así llamado "Consenso de Washington" en los años noventa. El
disparejo desarrollo geográfico del neoliberalismo, y su aplicación parcial y asimétrica de un país a
otro, testimonia de su carácter vacilante y de las maneras complejas en las que fuerzas políticas,
tradiciones históricas, y configuraciones institucionales existentes influyeron todas en por qué y
cómo el proceso ocurrió realmente en el terreno.
Existe, sin embargo, un elemento dentro de esta transición que merece una atención coordinada. La
crisis de la acumulación de capital de los años setenta afectó a todos a través de la combinación de
creciente desempleo e inflación acelerada. El descontento se generalizaba, y la combinación de
movimientos sociales laborales y urbanos en gran parte del mundo capitalista avanzado auguraba
una alternativa socialista para el compromiso social entre capital y trabajo, que había cimentado la
acumulación de capital de un modo tan exitoso en el período de posguerra. Los partidos comunistas
y socialistas ganaban terreno en gran parte de Europa, e incluso en EE.UU. las fuerzas populares
agitaban por amplias reformas e intervenciones estatales en todo, desde la protección del entorno a
la seguridad en el trabajo y la salud y la protección del consumidor contra los abusos corporativos.
Esto representaba una clara amenaza política para las clases gobernantes por doquier, tanto en los
países capitalistas avanzados, como Italia y Francia, así como en numerosos países en desarrollo,
como México y Argentina.
Más allá de los cambios políticos, la amenaza económica a la posición de las clases gobernantes se
hacía palpable. Una condición del acuerdo de posguerra en casi todos los países fue la restricción
del poder económico de las clases altas y que el trabajo recibiera una parte mucho mayor de la torta
económica. En EE.UU., por ejemplo, la parte del ingreso nacional recibida por el 1% superior de los
asalariados cayó de un máximo previo a la guerra de un 16% a menos de un 8% a fines de la
Segunda Guerra Mundial y se quedó cerca de ese nivel durante casi tres décadas. Mientras el
crecimiento era fuerte semejantes limitaciones parecían carecer de importancia, pero cuando el
crecimiento se derrumbó en los años setenta, y las tasas de interés pasaron a ser negativas y los
dividendos y beneficios se redujeron, las clases dirigentes se sintieron amenazadas. Tenían que
actuar decisivamente si querían proteger su poder contra la aniquilación política y económica.
El golpe de estado en Chile y la toma del poder por los militares en Argentina, fomentados y dirigidos
internamente en ambos casos por las elites dirigentes con apoyo de EE.UU., suministraron una
especie de solución. Pero el experimento chileno con el neoliberalismo demostró que los beneficios
de la acumulación de capital resucitada fueron presentados de un modo altamente sesgado. Al país
y a sus elites dirigentes junto con los inversionistas extranjeros les fue bastante bien mientras a la
gente en general le iba mal. Con el pasar del tiempo, esto ha sido un efecto tan persistente de las
políticas neoliberales como para que sea considerado como un componente estructural de todo el
proyecto. Dumenil y Levy han llegado a argumentar que el neoliberalismo fue desde su propio
comienzo un esfuerzo por restaurar el poder de clase a las capas más ricas de la población.
Mostraron como desde mediados de los años ochenta, la parte del 1% superior de los devengadores
de ingresos en EE.UU. aumentó rápidamente para llegar a un 15% a fines del siglo. Otros datos
muestran que el 0,1% superior de los devengadores de ingresos aumentaron su parte del ingreso
nacional de un 2% en 1978 a más de un 6% en 1999. Otra medida más muestra que la ratio de la
compensación media de trabajadores a los salarios de responsables ejecutivos máximos aumentó
de sólo un poco más de treinta a uno en 1970 a más de cuatrocientos a uno en 2000. Es casi seguro
que, con los recortes de impuestos del gobierno de Bush, la concentración de ingresos y de riqueza
en los niveles superiores de la sociedad sigue su ritmo. (8)
Y EE.UU. no se encuentra solo: el 1% superior de los devengadores de ingresos en Gran Bretaña
duplicó su parte del ingreso nacional de un 6,5% a un 13% durante los últimos veinte años. Si
miramos más lejos, vemos extraordinarias concentraciones de riqueza y poder dentro de una
pequeña oligarquía después de la aplicación de la terapia de choque neoliberal en Rusia y un
aumento asombroso en las desigualdades de los ingresos y de la riqueza en China al adoptar
prácticas neoliberales. Aunque hay excepciones a esta tendencia – varios países del este y del
sudeste de Asia han contenido las desigualdades en los ingresos dentro de modestos límites, así
como Francia y los países escandinavos – la evidencia sugiere que el giro neoliberal se asocia de
alguna manera y en un cierto grado con intentos de restaurar o reconstruir el poder de las clases
altas. Podemos, por lo tanto, examinar la historia del neoliberalismo sea como un proyecto utopista
que provee un patrón teórico para la reorganización del capitalismo internacional o como un ardid
político que apunta a reestablecer las condiciones para la acumulación de capital y la restauración
del poder de clase. A continuación, argumentaré que el último de estos objetivos es el que ha
dominado. El neoliberalismo no ha demostrado su efectividad en la revitalización de la acumulación
global de capital, pero ha logrado restaurar el poder de clase. Como consecuencia, el utopismo
teórico del argumento neoliberal ha funcionado más como un sistema de justificación y legitimación.
Los principios del neoliberalismo son rápidamente abandonados cada vez que entran en conflicto
con el proyecto de clase.
El neoliberalismo no ha demostrado su efectividad en la revitalización de la acumulación global de
capital, pero ha logrado restaurar el poder de clase
4. HACIA LA RESTAURACIÓN DEL PODER DE CLASE
Si hubo movimientos para restaurar el poder de clase dentro del capitalismo global, ¿cómo fueron
implementados y por quién? La respuesta a esa pregunta en países como Chile y Argentina fue
simple: un rápido, brutal golpe de estado, seguro de sí mismo, respaldado por las clases altas. y la
subsiguiente feroz represión contra todas las solidaridades creadas dentro de los movimientos
sociales sindicales y urbanos que habían amenazado tanto su poder. En otros sitios, como en Gran
Bretaña y México en 1976, fue necesario el amable espoleo de un Fondo Monetario Internacional,
que todavía no era un feroz neoliberal, para empujar a los países hacia prácticas – aunque de
ninguna manera un compromiso político – de recortar gastos sociales y programas de asistencia
para reestablecer la probidad fiscal. En Gran Bretaña, por supuesto, Margaret Thatcher empuñó
más tarde con tanta más furia el garrote neoliberal en 1979 y lo blandió con gran efecto, a pesar de
que nunca logró superar por completo la oposición dentro de su propio partido y nunca pudo
cuestionar efectivamente temas centrales del Estado de bienestar como el Servicio Nacional de
Salud. Es interesante que recién en 2004 el gobierno laborista haya atrevido a introducir una
estructura de pagos en la educación superior. El proceso de neoliberalización fue entrecortado,
irregular desde el punto de vista geográfico, y fuertemente influenciado por estructuras de clase y
otras fuerzas sociales que se mueven a favor o contra sus propuestas centrales dentro de
formaciones estatales particulares e incluso dentro de sectores en particular, por ejemplo, la salud o
la educación. (9)
Es informativo considerar más de cerca cómo el proceso se desarrolló en EE.UU., ya que este caso
fue cardinal como influencia en otras y más recientes transformaciones. Varias líneas del poder se
entrecruzaron para crear una transición que culminó a mediados de los años noventa con la toma
del poder por el Partido Republicano. Ese logro representó de hecho un "Contrato con EE.UU."
neoliberal como programa para acción en el interior. Antes de ese desenlace dramático, sin
embargo, se dieron muchos pasos, que se basaban y reforzaban mutuamente. Para comenzar, en
1970 o algo así, hubo un creciente sentimiento entre las clases altas de EE.UU. de que el clima
contrario a los negocios y antiimperialista que había emergido hacia fines de los años sesenta había
ido demasiado lejos. En un célebre memorando, Lewis Powell (a punto de ser elevado a la Corte
Suprema por Richard Nixon) instó en 1971 a la Cámara de Comercio de EE.UU. a montar una
campaña colectiva para demostrar que lo que era bueno para los negocios era bueno para EE.UU.
Poco después, fue formada una tenebrosa pero influyente Mesa Redonda Empresarial que todavía
existe y que juega un importante papel estratégico en la política del Partido Republicano. Comités
corporativos de acción política, legalizados bajo las leyes de financiamiento de las campañas
electorales post Watergate de 1974, proliferaron como un reguero de pólvora. Con actividades
protegidas bajo la Primera Enmienda como una forma de libertad de expresión por una decisión de
la Corte Suprema de 1976, comenzó la captura sistemática del Partido Republicano como
instrumento de clase del poder corporativo y financiero colectivo (más que particular o individual).
Pero el Partido Republicano necesitaba una base popular, y lograrlo fue más problemático. La
incorporación de líderes de la derecha cristiana, presentada como mayoría moral, junto con la Mesa
Redonda Empresarial, suministraron la solución a ese problema. Un gran segmento de la clase
trabajadora resentida, insegura, y en su mayor parte blanca, fue persuadido para que votara
regularmente contra sus propios intereses materiales por motivos culturales (antiliberales,
antinegros, antifeministas y antigays), nacionalistas y religiosos. A mediados de los años noventa, el
Partido Republicano había perdido casi todos sus elementos liberales y se había convertido en una
máquina derechista homogénea que conecta los recursos financieros del gran capital corporativo
con una base populista, la Mayoría Moral, que era particularmente fuerte en el sur de EE.UU. (10)
El segundo elemento en la transición de EE.UU. tuvo que ver con la disciplina fiscal. La recesión de
1973 a 1975 disminuyó los ingresos tributarios a todos los niveles en una época de creciente
demanda de gastos sociales. Aparecieron déficits por doquier como un problema crucial. Había que
hacer algo respecto a la crisis fiscal del Estado; la restauración de la disciplina monetaria era
esencial. Esa convicción otorgó poder a las instituciones financieras que controlaban las líneas de
crédito del gobierno. En 1975, se negaron a refinanciar la deuda de Nueva York y llevaron a esa
ciudad al borde de la bancarrota. Una poderosa cabala de banqueros de unió al Estado para reforzar
el control sobre la ciudad. Eso significó refrenar las aspiraciones de los sindicatos municipales,
despidos en el empleo público, congelación de salarios, recortes en las provisiones sociales
(educación, salud pública y servicios de transporte), y la imposición de pagos por los usuarios (los
gastos de matrícula fueron introducida por primera vez en el sistema de la Universidad de la Ciudad
de Nueva York (CUNY). El rescate trajo consigo la construcción de nuevas instituciones que tenían
prioridad en los ingresos de impuestos de la ciudad a fin de pagar a los poseedores de bonos, lo que
quedaba iba al presupuesto de la ciudad para servicios esenciales. La indignidad final fue un
requerimiento de que los sindicatos municipales invirtieran sus fondos de pensión en bonos de la
ciudad. Esto aseguró que los sindicatos moderaran sus reivindicaciones para evitar el peligro de
perder sus fondos de pensión debido a la bancarrota de la ciudad.
Acciones semejantes representaban un golpe de estado de las instituciones financieras contra el
gobierno democráticamente elegido de la ciudad de Nueva York, y fueron tan efectivas como la toma
del poder militar que había ocurrido anteriormente en Chile. Gran parte de la infraestructura social de
la ciudad fue destruida, y los fundamentos físicos (por ejemplo, el sistema de tránsito) se
deterioraron considerablemente por falta de inversión o incluso mantenimiento. La administración de
la crisis fiscal de Nueva York allanó el camino para prácticas neoliberales tanto en el interior bajo
Ronald Reagan como internacionalmente a través del Fondo Monetario Internacional durante todos
los años ochenta. Estableció el principio de que, en el evento de un conflicto entre la integridad de
las instituciones financieras y los poseedores de bonos por una parte y el bienestar de los
ciudadanos por la otra, los primeros tuvieran la preferencia. Dejó en claro el punto de vista de que el
papel del gobierno es crear un buen clima para los negocios en lugar de velar por las necesidades y
el bienestar de la población en general. En medio de una crisis fiscal generalizada hubo
redistribuciones fiscales en beneficio de las clases altas.
Queda por ver si todos los agentes involucrados en la producción de este compromiso en Nueva
York lo vieron en la época como una táctica para la restauración del poder de las clases altas. La
necesidad de mantener la disciplina fiscal es un asunto de profunda preocupación en sí mismo y no
tiene que conducir a la restitución de la dominación de clase. Es poco probable, por lo tanto, que
Felix Rohatyn, el banquero mercantil de importancia crucial en el acuerdo entre la ciudad, el Estado,
y las instituciones financieras, haya pensado en la reimposición del poder de clase. Pero ese objetivo
fue probablemente importante en los pensamientos de los banqueros de inversiones. Fue casi con
seguridad el objetivo del Secretario del Tesoro de aquel entonces, William Simon, quien habiendo
observado con aprobación el progreso de los eventos en Chile, se negó a ayudar a Nueva York y
declaró abiertamente que quería que la ciudad sufriera tanto que ninguna otra ciudad en la nación se
volviera a atrever a aceptar otra vez obligaciones sociales similares. (11)
El tercer elemento en la transición de EE.UU. conllevaba un ataque ideológico contra los medios de
información y las instituciones educacionales. Proliferaron los "think tanks" independientes
financiados por acaudalados individuos y donantes corporativos – ante todo la Heritage Foundation –
para preparar una acometida ideológica orientada a persuadir al público del sentido común de las
propuestas neoliberales. Una inundación de documentos y propuestas políticas y un verdadero
ejército de lugartenientes bien pagados, entrenados para promover ideas neoliberales, en
combinación con la adquisición corporativa de canales mediáticos transformaron efectivamente el
clima discursivo en EE.UU. a mediados de los años ochenta. Proclamaron estruendosamente el
proyecto de "sacar al gobierno de por sobre las espaldas de la gente" y de reducir el gobierno hasta
que pudiera ser "ahogado en una bañera". A este respecto, los promotores del nuevo evangelio
encontraron una audiencia dispuesta en el ala del movimiento de 1968 cuyo objetivo era lograr más
libertad individual del poder estatal y de las manipulaciones del capital monopolista. El argumento
libertario a favor del neoliberalismo resultó ser una poderosa fuerza a favor del cambio. Hasta el
punto que el capital se reorganizó para abrir un espacio para el empresariado individual y desvió sus
esfuerzos para satisfacer innumerables mercados nicho, particularmente los definidos por la
liberación sexual, que fueron generados por un consumismo cada vez más individualizado, para que
los hechos correspondieran a la teoría.
Este cebo del empresariado y del consumismo individualizados fue respaldado por el garrote
blandido por el Estado y las instituciones financieras contra la otra ala del movimiento de 1968 cuyos
miembros habían buscado justicia social mediante la negociación colectiva y las solidaridades
sociales. La destrucción por Reagan de los controladores aéreos (PATCO) en 1980 y la derrota por
Margaret Thatcher de los mineros británicos en 1984 fueron momentos cruciales en el giro global
hacia el neoliberalismo. El ataque contra instituciones, como sindicatos y organizaciones de
derechos asistenciales, que trataban de proteger y favorecer los intereses de la clase trabajadora fue
amplio y profundo. Los salvajes recortes en los gastos sociales y del Estado de bienestar, y el paso
de toda responsabilidad por su bienestar a los individuos y sus familias avanzaron a paso acelerado.
Pero esas prácticas no se detuvieron en las fronteras nacionales, y no podían hacerlo. Después de
1980, EE.UU., ya comprometido firmemente con la liberalización y claramente respaldado por Gran
Bretaña, trató, mediante una mezcla de liderazgo, persuasión – los departamentos de economía de
las universidades de investigación de EE.UU. jugaron un papel importante en la capacitación de
muchos de los economistas de todo el mundo en los principios neoliberales – y la coerción para
exportar la neoliberalización por todas partes. La purga de economistas keynesianos y su reemplazo
por monetaristas neoliberales en el Fondo Monetario Internacional en 1982 transformó el FMI
dominado por EE.UU. en un agente de primera clase de la neoliberalización mediante sus
programas de ajuste estructural impuestos a cualquier Estado (y hubo muchos en los años ochenta y
noventa) que requería su ayuda en el repago de la deuda. El Consenso de Washington, que fue
forjado en los años noventa, y las reglas de negociación fijadas bajo la Organización Mundial de
Comercio en 1998, confirmaron el giro global hacia las prácticas neoliberales. (12)
El nuevo concordato internacional también dependía de la reanimación y de la reconfiguración de la
tradición imperial de EE.UU. Esa tradición había sido forjada en Centroamérica en los años veinte,
como una forma de dominación sin colonias. Repúblicas independientes podían ser mantenidas bajo
la dominación de EE.UU., y actuar efectivamente, en el mejor de los casos, como testaferros de los
intereses de EE.UU. a través del apoyo de hombres fuertes – como Somoza en Nicaragua, el Shah
en Irán, y Pinochet en Chile – y un séquito de seguidores respaldados por la ayuda militar y
financiera. Se disponía de ayuda clandestina para promover el ascenso al poder de dirigentes
semejantes, pero al llegar los años setenta se hizo evidente que se necesitaba algo más: la apertura
de mercados, nuevos espacios para inversiones, y que se abrieran campos en los que los poderes
financieros pudieran operar con seguridad. Esto implicaba una integración mucho más estrecha de
la economía global, con una arquitectura financiera bien definida. La creación de nuevas prácticas
institucionales, tales como las que fueron fijadas por el FMI y la OMC, suministró vehículos
convenientes a través de los cuales se podía ejercer el poder financiero y de mercado. El modelo
necesitaba la colaboración entre las principales potencias capitalistas y el Grupo de Siete (G7),
llevando a Europa y Japón a alinearse con EE.UU. para conformar el sistema financiero y comercial
global de maneras que obligara efectivamente a todas las naciones a someterse. "Naciones
proscritas," definidas como las que no se ajustaban a esas reglas globales, podían entonces ser
encaradas mediante sanciones o la fuerza coercitiva o incluso militar si resultaba necesario. De esta
manera, las estrategias imperialistas neoliberales de EE.UU. fueron articuladas a través de una red
global de relaciones de poder, uno de los efectos de la cual fue permitir que las clases altas de
EE.UU. hicieran pagar tributos financieros y dispusieran de rentas del resto del mundo como un
medio para aumentar su control ya hegemónico. (13)
5. NEOLIBERALISMO COMO DESTRUCCIÓN CREATIVA
¿Cómo resolvió la neoliberalización los problemas del debilitamiento de la acumulación de capital?
Sus antecedentes reales en el estímulo del crecimiento económico son pésimos. Las tasas de
crecimiento agregado eran de unos 3,5% en los años sesenta e incluso durante los atribulados años
setenta cayeron a sólo un 2,4%. Las tasas subsiguientes de crecimiento global de 1,4% y de 1,1%
para los años ochenta y noventa, y una tasa que apenas llega a 1% desde 2000, indican que el
neoliberalismo ha fracasado ampliamente en el estímulo del crecimiento global. (14) Incluso si
excluimos de este cálculo los efectos catastróficos del colapso de la economía rusa y de algunas
centroeuropeas después del tratamiento de terapia neoliberal de los años noventa, el rendimiento
económico global desde el punto de vista de la restauración de las condiciones de acumulación
general de capital ha sido débil.
A pesar de su retórica sobre la cura de economías enfermas, ni Gran Bretaña ni EE.UU. lograron un
elevado rendimiento económico en los años ochenta. Esa década perteneció a Japón, a los "tigres"
del Este Asiático, y a Alemania Occidental como motores de la economía global. Esos países fueron
tuvieron mucho éxito, pero sus sistemas institucionales radicalmente diferentes dificultan la
identificación de sus logros con el neoliberalismo. El Bundesbank (Banco Central) alemán había
tomado una fuerte línea monetarista (concordante con el neoliberalismo) durante más de dos
décadas, un hecho que sugiere que no existe una conexión necesaria entre el monetarismo per se y
la búsqueda de la restauración del poder de clase. En Alemania Occidental, los sindicatos siguieron
siendo fuertes y los niveles de salario se mantuvieron relativamente elevados junto a la construcción
de un Estado de bienestar progresista. Uno de los efectos de esta combinación fue que se estimuló
una alta tasa de innovación tecnológica que mantuvo a Alemania Occidental en las primeras filas en
el terreno de la competencia internacional. La producción impulsada por la exportación hizo avanzar
al país como líder global. En Japón, los sindicatos independientes eran débiles o inexistentes, pero
la inversión estatal en el cambio tecnológico y organizativo y la estrecha relación entre las
corporaciones y las instituciones financieras (un sistema que también demostró ser acertado en
Alemania Occidental) generó un sorprendente desempeño impulsado por la exportación, en gran
parte a costas de otras economías capitalistas como ser el Reino Unido y EE.UU. Un tal crecimiento,
como lo hubo en los años ochenta (y la tasa de crecimiento agregado en el mundo fue incluso más
baja que la de los atribulados años setenta) no dependió por lo tanto, de la neoliberalización.
Muchos Estados europeos, por ello, se resistieron a las reformas neoliberales y encontraron cada
vez más modos de preservar gran parte de su patrimonio socialdemócrata mientras se movían, en
algunos casos con bastante éxito, hacia el modelo alemán occidental. En Asia, el modelo japonés
implantado bajo sistemas autoritarios de gobierno en Corea del Sur, Taiwán y Singapur, demostró
que era viable y concordante con una razonable igualdad de distribución. Recién en los años
noventa, la neoliberalización comenzó a producir frutos tanto en EE.UU. como en Gran Bretaña.
Esto sucedió en medio de un prolongado período de deflación en Japón, y un relativo estancamiento
en la recién unificada Alemania. Queda por ver si la recesión japonesa ocurrió como simple
resultado de presiones competitivas o si fue ingeniada por agentes financieros en EE.UU. para
postrar la economía japonesa.
De modo que ¿por qué entonces ante estos antecedentes desiguales si no pésimos, tantos fueron
persuadidos de que la neoliberalización es una solución exitosa? Además y más allá de la corriente
persistente de propaganda que emana de los think tanks neoliberales y recarga los medios de
información, se destacan dos razones materiales. Primero, la neoliberalización ha sido acompañada
por una creciente volatilidad dentro del capitalismo global. El que el éxito se materializara en algún
sitio oscureció la realidad de que el neoliberalismo fracasaba en general. Episodios periódicos de
crecimiento se entremezclaron con fases de destrucción creativa, registradas usualmente como
severas crisis financieras. Argentina fue abierta al capital extranjero y a la privatización en los años
noventa y durante varios años fue la favorita de Wall Street, sólo para derrumbarse hacia el desastre
cuando el capital internacional se retiró a fines de la década. El colapso financiero y la devastación
social fueron rápidamente seguidos por una prolongada crisis política. La turbulencia financiera
cundió por todo el mundo en desarrollo y en algunos casos, como en Brasil y México, repetidas olas
de ajuste estructural y austeridad llevaron a la parálisis económica.
Por otra parte, el neoliberalismo ha sido un inmenso éxito desde el punto de vista de las clases altas.
Ha restaurado la posición de clase de las elites gobernantes, como en EE.UU. y Gran Bretaña, o
creado condiciones para la formación de la clase capitalista, como en China, India, Rusia, y otros
sitios. Incluso países que sufrieron ampliamente por la neoliberalización han presenciado el masivo
reordenamiento interno de las estructuras de clase. La ola de privatización que llegó a México con el
gobierno de Salinas de Gortari en 1992, generó concentraciones de riqueza sin precedentes en las
manos de unos pocos (Carlos Slim, por ejemplo, que se hizo cargo del sistema telefónico estatal y
se convirtió instantáneamente en multimillonario).
Con medios dominados por los intereses de la clase alta, podía propagarse el mito de que ciertos
sectores fracasaron porque no fueron suficientemente competitivos, preparando así la escena para
aún más reformas neoliberales. Se necesitaba más desigualdad social para alentar el riesgo y la
innovación empresariales, y éstas, por su parte, confieren ventajas competitivas y estimulan el
crecimiento. Si las condiciones entre las clases bajas se deterioraban, era porque no mejoraban su
propio capital humano mediante la educación, la adquisición de una ética protestante de trabajo, y su
sumisión a la disciplina y flexibilidad laboral por defectos personales, culturales y políticos. En un
mundo spenceriano, decía el argumento, sólo los más aptos debían y podían sobrevivir. Los
problemas sistémicos fueron camuflados bajo una tempestad de pronunciamientos ideológicos y una
plétora de crisis localizadas. Si el principal efecto del neoliberalismo ha sido redistributivo en lugar de
generativo, había que encontrar modos de transferir activos y canalizar la riqueza y los ingresos sea
de la masa de la población hacia las clases altas o de países vulnerables a los más ricos. En otro
sitio presento un informe sobre estos procesos bajo la rúbrica de acumulación por desposeimiento.
(15) Con eso, quiero decir la continuación y proliferación de prácticas de acumulación que Marx
había designado como "primitivas" u "originales" durante el ascenso del capitalismo. Estas incluyen
(1) la conmodificación y privatización de la tierra y la expulsión forzada de poblaciones campesinas
(como recientemente en México e India); (2) la conversión de diversas formas de derechos de
propiedad (común, colectiva, estatal ,etc.) en derechos exclusivamente de propiedad privada; (3) la
supresión de derechos a las áreas públicas; (4) la conmodificación del poder laboral y la supresión
de formas alternativas (indígenas) de producción y consumo; (5) procesos coloniales, neocoloniales,
e imperiales, de apropiación de activos (incluyendo los recursos naturales); (6) la monetización de
los intercambios y de la tributación, particularmente de tierras; (7) la trata de esclavos (que continúa,
particularmente en la industria del sexo); y (8) la usura, la deuda nacional y. lo más devastador de
todo, el uso del sistema crediticio como un medio radical de acumulación primitiva.
El Estado, con su monopolio de la violencia y de las definiciones de la legalidad, juega un rol crucial
en el respaldo y la promoción de estos procesos. A esta lista de mecanismos, podemos agregar
ahora una armadía de técnicas adicionales, tales como la extracción de rentas de patentes y
derechos de propiedad intelectual y la disminución o cancelación de varias formas de propiedad
comunitaria – tales como pensiones estatales, vacaciones pagas, acceso a la educación y a la
atención sanitaria – conquistadas en una generación o más de luchas socialdemócratas. La
propuesta de privatizar todos los derechos a la pensión estatal (aplicada por primera vez en Chile
bajo la dictadura de Augusto Pinochet) es, por ejemplo, uno de los objetivos predilectos de los
neoliberales en EE.UU.
En los casos de China y Rusia, podría ser razonable referirse a recientes acontecimientos en
términos "primitivos" y "originales", pero las prácticas que restauraron el poder a elites capitalistas en
EE.UU. y otros sitios son mejor descritas como un proceso continuo de acumulación mediante el
desposeimiento que creció rápidamente bajo el neoliberalismo. A continuación, aíslo cuatro
elementos principales.
5.1. Privatización
La corporatizacion, conmodificación, y privatización de activos públicos anteriormente públicos han
sido características emblemáticas del proyecto neoliberal. Su principal objetivo ha sido abrir nuevos
campos para la acumulación de capital en terrenos que anteriormente eran considerados como fuera
de límites para los cálculos de rentabilidad. Servicios públicos de todo tipo (agua,
telecomunicaciones, transporte), suministro de asistencia social (viviendas sociales, educación,
atención sanitaria, pensiones), instituciones públicas (tales como universidades, laboratorios de
investigación, prisiones), e incluso la guerra (como lo ilustra el "ejército" de contratistas privados que
operan junto a las fuerzas armadas en Iraq) han sido todos privatizados en algún grado en todo el
mundo capitalista.
Derechos de propiedad privada establecidos a través del así llamado acuerdo ADPIC (Aspectos de
los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio) dentro de la OMC, define como
propiedad privada a materiales genéticos, plasmas de semillas, y a todo tipo de otros productos.
Entonces se pueden extraer rentas por su uso de poblaciones cuyas prácticas han jugado un papel
crucial en el desarrollo de esos materiales genéticos. La biopiratería es rampante, y el pillaje de las
reservas de recursos genéticos del mundo ha avanzado en beneficio de unas pocas grandes
compañías farmacéuticas. La escalada del agotamiento de los bienes comunes medioambientales
del globo (tierra, aire, agua) y la proliferación de las degradaciones del hábitat que imposibilitan todo
lo que no sean modos de requerimiento intensivo de capital para la producción agrícola han
resultado asimismo de la conmodificación de la naturaleza en todas sus formas.
La conmodificación (a través del turismo) de las formas culturales, historias, y de la creatividad
intelectual, involucra desposeimientos generalizados (la industria de la música es tristemente célebre
por la apropiación y explotación de la cultura y la creatividad de base). Como en el pasado, el poder
del Estado es utilizado frecuentemente para imponer esos procesos incluso contra la voluntad
popular. El retroceso de los marcos reguladores diseñados para proteger a las fuerzas laborales y al
entorno contra la degradación ha conllevado la pérdida de derechos. La reversión hacia el dominio
privado de los derechos de propiedad común conquistados durante años de duras luchas de clase
(el derecho a una pensión estatal, a la asistencia, a atención sanitaria nacional) ha sido una de las
políticas de desposeimiento más atroces proseguidas en nombre de la ortodoxia neoliberal.
El neoliberalismo no ha demostrado su efectividad en la revitalización de la acumulación global de
capital, pero ha logrado restaurar el poder de clase
La corporatización, conmodificación, y privatización de lo que hasta ahora eran activos públicos han
sido características insignes del proyecto neoliberal. Todos estos procesos equivalen a una
transferencia de activos de los campos público y popular a los dominios privados y de privilegios de
clase. La privatización, argumentó Arundhati Roy respecto al caso indio, involucra "la transferencia
de activos públicos productivos del Estado a compañías privadas. Los activos productivos incluyen
recursos naturales: tierra, bosques, agua, aire. Estos son los activos que el Estado mantiene en
fideicomiso para el pueblo que representa... Arrancárselos y venderlos como valores a compañías
privadas es un proceso de bárbaro desposeimiento en una escala que no tiene paralelo en la
historia." (16)
5.2. Financialización
La poderosa ola financiera que comenzó después de 1980 ha estado marcada por su estilo
especulativo y predatorio. El volumen diario de transacciones financieras en los mercados
internacionales, que era de 2.300 millones de dólares en 1983, había aumentado a 130.000 millones
de dólares en 2001. Este volumen anual de 40 billones de dólares en 2001 se compara con el
cálculo de 800.000 millones de dólares que serían necesarios para apoyar el comercio internacional
y los flujos de inversiones productivas. (17) La desregulación permitió que el sistema financiero se
convirtiera en uno de los centros principales de actividad de redistribución mediante la especulación,
la depredación, el fraude, y el robo. Las promociones de acciones; estafas Ponzi; destrucción de
productos financieros estructurados mediante la inflación: liquidación de activos mediante fusiones y
adquisiciones; y la promoción de incumbencias de deuda que redujo a poblaciones enteras, incluso
en los países capitalistas avanzados, a la esclavitud por deudas – para no hablar del fraude
corporativo y el desposeimiento de activos, tales como el robo de fondos de pensiones y su
aniquilamiento por colapsos de acciones y de corporaciones mediante manipulaciones crediticias y
bursátiles – son todas características del sistema financiero capitalista.
El énfasis en los valores de acciones, que surgieron después de juntar los intereses de propietarios y
administradores de capital mediante la remuneración de estos últimos con opciones en acciones,
condujo, como sabemos ahora, a manipulaciones en el mercado que crearon inmensa riqueza para
unos pocos a costas de los muchos. El espectacular colapso de Enron fue emblemático para un
proceso general que privó a muchos de su subsistencia y derechos a pensión. Más allá de eso,
también debemos considerar los robos especulativos realizados por fondos de alto riesgo y otros
importantes instrumentos del capital financiero que formaron la verdadera vanguardia de la
acumulación por desposeimiento en la escena global, incluso aunque supuestamente conferían el
beneficio positivo para la clase capitalista de "repartir los riesgos."
5.3. La administración y la manipulación de crisis
Más allá de la espuma especulativa y a menudo fraudulenta que caracteriza gran parte de la
manipulación financiera neoliberal, se halla un proceso más profundo que involucra accionar la
trampa de la deuda como un medio primordial de acumulación por desposeimiento. La creación,
administración y manipulación de crisis en la escena mundial se ha convertido en el fino arte de la
redistribución deliberada de riqueza de los países pobres a los ricos. Al aumentar repentinamente las
tasas de interés en 1979, Paul Volcker, en aquel entonces presidente de la Reserva Federal de
EE.UU. subió la proporción de beneficios extranjeros que los países prestatarios tenían que invertir
en los pagos por intereses por deudas. Forzados a la bancarrota, países como México tuvieron que
aceptar el ajuste estructural. Mientras proclamaba su papel como un noble líder que organiza
rescates para mantener la estabilidad y la dirección de la acumulación global de capital, EE.UU.
también pudo abrir la puerta para el saqueo de la economía mexicana mediante el despliegue de su
poder financiero superior bajo condiciones de crisis local. El complejo Tesoro de EE.UU./Wall
Street/FMI se convirtió en experto en hacerlo por doquier. El sucesor de Volker, Alan Greenspan,
recurrió varias veces en los años noventa a tácticas similares. Las crisis de la deuda en países
individuales, poco común en los años sesenta, se hizo frecuente durante los años ochenta y
noventa. Casi ningún país en desarrollo dejó de ser afectado y en algunos casos, como en
Latinoamérica, tales crisis fueron suficientemente frecuentes como para ser consideradas
endémicas. Esas crisis de la deuda fueron orquestadas, administradas y controladas tanto para
racionalizar el sistema como para redistribuir activos durante los años ochenta y noventa. Wade y
Veneroso capturaron la esencia de esa tendencia cuando escribieron sobre la crisis asiática de 1997
y 1998 – provocada inicialmente por la operación de fondos de alto riesgo basados en EE.UU.:
Las crisis financieras siempre han causado transferencias de propiedad y poder a los que mantienen
intactos sus propios activos y están en la posición de crear crédito, y la crisis asiática no es una
excepción... no cabe duda de que las corporaciones occidentales y japonesas son los grandes
ganadores... La combinación de masivas devaluaciones impulsó a la liberalización financiera, y la
recuperación facilitada por el FMI incluso podría precipitar la mayor transferencia de activos de
propietarios nacionales a extranjeros en tiempos de paz de los últimos cincuenta años en cualquier
parte del mundo, eclipsando las transferencias de propietarios nacionales a estadounidenses en
Latinoamérica en los años ochenta o en México después de 1994. Se recuerda la declaración
atribuida a Andrew Mellon: "En una depresión los activos vuelven a sus legítimos dueños." (18)
La analogía con la creación deliberada de desempleo para producir una fuente de mano de obra
excedente mal remunerada, conveniente para la acumulación ulterior, es exacta. Valiosos activos
pierden su uso y su valor. Yacen inertes y durmientes hasta que capitalistas en posesión de liquidez
deciden apoderarse de ellos e insuflarles nueva vida. El peligro, sin embargo, es que las crisis
pueden descontrolarse y generalizarse, o que surgirán revueltas contra el sistema que las crea. Una
de las funciones primordiales de las intervenciones estatales y de las instituciones internacionales es
orquestar crisis y devaluaciones de manera que permitan que ocurra la acumulación por
desposeimiento sin provocar un colapso general o una revuelta popular. El programa de ajuste
estructural administrado por el complejo Wall Street/Tesoro/FMI se ocupa de la primera función. Es
tarea del aparato comprador estatal neoliberal (respaldado por la ayuda militar de las potencias
imperialistas) asegurar que no ocurran insurrecciones en el país que ha sido atracado. Sin embargo,
emergieron señales de revuelta popular, primero con el levantamiento zapatista en México en 1994,
y después con el descontento generalizado que informó a los movimientos contra la globalización
como el que culminó en Seattle en 1999.
5.4. Redistribuciones estatales
El Estado, una vez que se ha convertido en un conjunto neoliberal de instituciones, se convierte en
un agente primordial de las políticas redistribuidoras, invirtiendo el flujo de las clases altas hacia las
bajas que había sido implementado durante la era precedente socialdemócrata.
Lo hace en primer lugar mediante esquemas de privatización y recortes en los gastos
gubernamentales que debían apoyar el salario social. Incluso si la privatización parece ser
beneficiosa para las clases bajas, los efectos a largo plazo pueden ser negativos. A primera vista,
por ejemplo, el programa de Thatcher para la privatización de las viviendas sociales en Gran Bretaña
pareció ser un regalo a las clases bajas cuyos miembros ahora podían pasar de ser arrendatarios a
ser propietarios a un coste relativamente bajo, obtener el control de un activo valioso, y aumentar su
riqueza. Pero una vez que fue completada la transferencia, entró en juego la especulación con la
vivienda, particularmente en ubicaciones centrales de primera, terminando por sobornar u obligar a
las poblaciones a partir a la periferia en las ciudades como Londres, y convirtiendo a lo que eran
barrios de viviendas de clase trabajadora en centros de intenso aburguesamiento. La pérdida de
viviendas asequibles en áreas centrales resultó en la falta de viviendas para muchos y en viajes
extremadamente largos para los que tenían trabajos mal remunerados de servicio. La privatización
de los ejidos (derechos de propiedad común de la tierra bajo la constitución mexicana) en México,
que se convirtió en un componente central del programa neoliberal establecido durante los años
noventa, tuvo efectos análogos en el campesinado mexicano, obligando a muchos habitantes rurales
a irse a las ciudades en busca de trabajo. El Estado chino creó toda una serie de medidas
draconianas mediante la cual activos fueron conferidos a una pequeña elite en detrimento de las
masas.
El Estado neoliberal también busca redistribuciones mediante una serie de otras medidas como ser
revisiones en el código tributario para beneficiar a los rendimientos de inversiones en lugar de
ingresos y salarios, la promoción de elementos regresivos en el código tributario (como ser
impuestos a la venta), el desplazamiento de gastos estatales y el libre acceso para todos mediante
tarifas de usuarios (por ejemplo en la educación superior), y la provisión de una vasta gama de
subsidios y beneficios tributarios a las corporaciones. Los programas de asistencia que ahora
existen en EE.UU. en los ámbitos federal, estatal y local, equivalen a una vasta reorientación de los
dineros públicos para beneficiar a las corporaciones (directamente como en el caso de subsidios a la
agroindustria e indirectamente como en el caso del sector militar-industrial), de un modo muy
parecido a como opera la deducción de los impuestos de la tasa de interés hipotecario en EE.UU.,
como un masivo subsidio para los propietarios de casas de altos ingresos y para la construcción
industrial.
El aumento de la vigilancia y del mantenimiento del orden y, en el caso de EE.UU., el
encarcelamiento de elementos recalcitrantes en la población, indican un rol más siniestro de intenso
control social. En los países en desarrollo, donde la oposición al neoliberalismo y a la acumulación
por desposeimiento puede ser más fuerte, el papel del Estado neoliberal asume rápidamente el de
represión activa incluso hasta el punto de la guerra de baja intensidad contra movimientos opositores
(muchos de los cuales pueden ahora ser convenientemente calificados de terroristas para obtener la
ayuda militar y el apoyo de EE.UU.) tales como los zapatistas en México o los campesinos sin tierras
en Brasil.
En efecto, informó Roy: "La economía rural de India, que sostiene a setecientos millones de
personas, está siendo agarrotada. Agricultores que producen demasiado están necesitados,
agricultores que producen demasiado poco están necesitados, y los jornaleros agrícolas sin tierra
están sin trabajo porque grandes propietarios y haciendas despiden a sus trabajadores. Todos
atestan las ciudades en busca de empleo." (19) En China, se calcula que por lo menos la mitad de
1.000 millones de personas tendrá que ser absorbida por la urbanización durante los próximos diez
años si se quiere evitar el caos y la revuelta en el campo. No se sabe lo que esos itinerantes harán
en las ciudades, aunque los amplios planes de infraestructura física que están siendo
implementados logren llegar a absorber en algo los excedentes laborales liberados por la
acumulación primitiva.
Las tácticas redistribuidoras del neoliberalismo son amplias, sofisticadas, frecuentemente marcadas
por estratagemas ideológicos, pero devastadoras para la dignidad y el bienestar social de
poblaciones y territorios vulnerables. La ola de neoliberalización por destrucción creativa que ha
recorrido el globo no tiene paralelo en la historia del capitalismo. Con razón ha generado resistencia
y una búsqueda de alternativas viables.
A manera de conclusiones: Alternativas
El neoliberalismo ha generado un conjunto de movimientos opositores tanto dentro como fuera de su
radio de acción, muchos de los cuales son radicalmente diferentes de los movimientos basados en
los trabajadores que dominaron antes de 1980. Digo muchos, pero no todos. Los movimientos
tradicionales basados en los trabajadores no están de ninguna manera muertos, ni siquiera en los
países capitalistas avanzados en los que han sido muy debilitados por el ataque neoliberal. En
Corea del Sur y Sudáfrica, vigorosos movimientos sindicales aparecieron durante los años ochenta,
y en gran parte de Latinoamérica florecen los partidos de la clase obrera. En Indonesia, un putativo
movimiento sindical de gran importancia potencial lucha por ser escuchado. El potencial de malestar
laboral es inmenso aunque impredecible.
Y no es evidente tampoco que la masa de la clase trabajadora en EE.UU., que durante la última
generación votó consistentemente contra sus propios intereses materiales por motivos de
nacionalismo cultural, religión, y oposición a múltiples movimientos sociales, permanecerá para
siempre bloqueada en una política semejante por las maquinaciones por igual de republicanos y
demócratas. No hay motivos para excluir en el futuro la resurgencia de una política basada en los
trabajadores con una fuerte agenda antineoliberal. Pero las luchas contra la acumulación por
desposeimiento están fomentando líneas bastante diferentes de lucha social y política. En parte
debido a las condiciones peculiares que dan origen a esos movimientos, su orientación política y
modos de organización se diferencian fuertemente de los que son típicos en la política
socialdemócrata. La rebelión zapatista, por ejemplo, no buscó la toma del poder estatal o la
realización de una revolución política. En su lugar postuló una política inclusiva para trabajar a través
del conjunto de la sociedad civil en una búsqueda abierta y fluida de alternativas que consideraran
las necesidades específicas de diferentes grupos sociales y les permitiera mejorar su suerte. Desde
el punto de vista organizativo, tendió a evitar el vanguardismo y se negó a adoptar la forma de un
partido político. En su lugar prefirió seguir siendo un movimiento social dentro del Estado, intentando
formar un bloque de poder político en el que las culturas indígenas fueran centrales en lugar de ser
periféricas. Con ello trató de lograr algo similar a una revolución pasiva dentro de la lógica territorial
del poder estatal.
El efecto de tales movimientos ha sido transferir el terreno de la organización política lejos de los
partidos políticos y de las organizaciones sindicales tradicionales hacia una dinámica política menos
enfocada de acción social a través de todo el espectro de la sociedad civil. Pero lo que perdieron en
enfoque lo ganaron en relevancia. Sacaron sus fuerzas del arraigo en los trabajos diarios de la vida y
lucha de todos los días, pero al hacerlo a menudo les fue difícil salirse de lo local y de lo particular
para comprender la macropolítica de lo que fue y es la acumulación neoliberal por desposeimiento.
La variedad de tales luchas fue y es simplemente sorprendente. Es difícil llegar a imaginar
conexiones entre ellas. Fueron y son parte de una mezcla volátil de movimientos de protesta que
recorrieron el mundo y ocuparon crecientemente los titulares durante y después de los años
ochenta. (20)
Esos movimientos y revueltas fueron a veces aplastados con una violencia feroz, en la mayor parte
por poderes estatales que actuaban en nombre del orden y la estabilidad. En otros sitios produjeron
violencia entre etnias y guerras civiles cuando la acumulación por desposeimiento condujo a
intensas rivalidades sociales y políticas en un mundo dominado por tácticas de dividir para gobernar
por parte de fuerzas capitalistas. Los Estados clientes apoyados militarmente o en algunos casos
con fuerzas especiales entrenadas por las principales potencias (encabezadas por EE.UU., y Gran
Bretaña y Francia con un rol menor) lideraron en un sistema de represiones y liquidaciones para
bloquear implacablemente los movimientos activistas que cuestionaban la acumulación por
desposeimiento.
Los propios movimientos han producido una abundancia de ideas respecto a alternativas. Algunos
tratan de desvincularse total o parcialmente de los poderes abrumadores del neoliberalismo y del
neoconservadurismo. Otros buscan justicia social y medioambiental globales mediante la reforma o
disolución de poderosas instituciones tales como el FMI y la OMC, y el Banco Mundial. Otras
destacan una recuperación de los bienes comunes, mostrando con ello profundas continuidades con
luchas de hace tiempo, así como con luchas libradas a lo largo de la amarga historia del colonialismo
y el imperialismo. Algunas conciben una multitud en movimiento, o un movimiento dentro de la
sociedad civil global, para enfrentar a los poderes dispersos y descentrados del orden neoliberal,
mientras otros buscan de un modo más modesto experimentos locales con nuevos sistemas de
producción y consumo animados por diferentes tipos de relaciones sociales y prácticas ecológicas.
También existen las que confían en estructuras más convencionales de partidos políticos con el
objetivo de obtener el poder del Estado como un paso hacia la reforma global del orden económico.
Muchas de estas diversas corrientes se juntan ahora en el Foro Social Mundial en un intento de
definir su misión compartida y edificar una estructura organizativa capaz de enfrentar las numerosas
variantes del neoliberalismo y del neoconservadurismo. Hay mucho que admirar y para inspirar en
esto. (21)
Aunque ha sido efectivamente disfrazado, hemos vivido toda una generación de lucha de clases
sofisticada por parte de las capas superiores por restaurar, o como en China y Rusia por edificar, la
dominación de clase.
Pero ¿qué tipo de conclusiones pueden ser extraídas de un análisis del tipo que hemos
estructurado? Para comenzar, toda la historia del compromiso socialdemócrata y el subsiguiente giro
hacia el neoliberalismo indica el papel crucial jugado por la lucha de clases para limitar o restaurar el
poder de clase. Aunque ha sido efectivamente disfrazado, hemos vivido toda una generación de
lucha de clases sofisticada por parte de las capas superiores por restaurar, o como en China y Rusia
por edificar, la dominación de clase. Esto ocurrió durante décadas en las que muchos progresistas
fueron teóricamente persuadidos de que la clase era una categoría falta de significado y en las que
las instituciones desde las que se había librado la lucha hasta entonces por cuenta de las clases
trabajadores estuvieron bajo un ataque feroz. La primera lección que debemos aprender, por lo
tanto, es que si algo parece lucha de clase y actúa como lucha de clase, tenemos que llamarla por lo
que es. La masa de la población tiene que resignarse a la trayectoria histórica y geográfica definida
por el abrumador poder de clase o responder en términos de clase.
Decirlo de esta manera no es deshacernos en nostalgia por alguna era dorada en la que el
proletariado estaba en movimiento. Tampoco significa necesariamente (si alguna vez debiera
haberlo hecho) que podamos apelar a alguna simple concepción del proletariado como el agente
primordial (para no decir exclusivo) de la transformación histórica. No existe un campo proletario de
fantasía utópica marxiana a la que podamos apelar. Señalar la necesidad e inevitabilidad de la lucha
de clase no es decir que la forma en la que la clase está constituida es determinada o incluso
determinable anticipadamente. Los movimientos de clase se hacen a sí mismos, aunque no bajo
condiciones de su propia elección. Y el análisis muestra que esas condiciones están actualmente
bifurcadas en movimientos alrededor de la reproducción expandida – en la que la explotación del
trabajo salariado y las condiciones que definen el salario social son temas centrales – y los
movimientos alrededor de la acumulación por desposeimiento – en los que todo desde las formas
clásicas de acumulación primitiva mediante prácticas destructoras de culturas, historias, y entornos,
hasta las depredaciones producidas por las formas contemporáneas del capital financiero constituye
el centro de resistencia. El encuentro del vínculo orgánico entre esas diferentes corrientes de clase
es una tarea teórica y práctica urgente. El análisis también muestra que esto tiene que ocurrir en una
trayectoria histórico-geográfica de acumulación de capital que se basa en una creciente conectividad
a través del espacio y del tiempo, pero marcada por acontecimientos geográficos disparejos cada
vez más profundos. Esta desigualdad debe ser entendida como algo que es activamente producido y
sostenido por procesos de acumulación de capital, no importa cuán importantes puedan ser las
señales de residuos de configuraciones pasadas establecidas en el paisaje y en el mundo social. El
análisis también destaca contradicciones explotables dentro de la agenda neoliberal. La brecha entre
lo retórico (por el beneficio común) y la realización (por el beneficio de una pequeña clase
gobernante) aumenta en el espacio y el tiempo, y los movimientos sociales han hecho mucho por
concentrarse en esa brecha. La idea de que el mercado tenga que ver con una competencia
honrada es negada cada vez más por la realidad del extraordinario monopolio, centralización e
internacionalización por parte de los poderes corporativos y financieros. El alarmante aumento en las
desigualdades de clase y regionales tanto dentro de los Estados (como en China, Rusia, India,
México, y en Sudáfrica) así como a escala internacional, posa un serio problema política que ya no
puede ser ocultado como algo transitorio en el camino al mundo neoliberal perfeccionado. El énfasis
neoliberal en los derechos del individuo y el creciente uso autoritario del poder estatal para sostener
el sistema se convierten en un punto álgido de discusión. Mientras más se reconoce que el
neoliberalismo es un proyecto fracasado, si no insincero y utópico, que oculta la restauración del
poder de clase, más se crea la base para un resurgimiento de movimientos de masas que expresen
reivindicaciones políticas igualitarias, buscando justicia económica, comercio justo, y mayor
seguridad y democratización económica.
Pero la naturaleza profundamente antidemocrática del neoliberalismo debería seguramente ser el
principal centro de la lucha política. Instituciones con enorme influencia, como ser la Reserva
Federal de EE.UU., están fuera de cualquier control democrático. Internacionalmente, la falta de una
responsabilización elemental, para no hablar de control democrático, sobre instituciones como el
FMI, la OMC, y el Banco Mundial, para no hablar del gran poder privado de las instituciones
financieras, convierten en una burla cualquier preocupación verosímil por la democratización. Volver
a presentar exigencias de gobierno democrático e igualdad y justicia económica, política y cultural
no es sugerir algún retorno a un pasado dorado ya que los significados tienen que ser reinventados
en cada instancia para encarar condiciones y potencialidades contemporáneas. El significado de la
democracia en la Atenas de la antigüedad tiene poco que ver con los significados que le tenemos
que conferir en la actualidad en circunstancias tan diversas como las prevalecientes en Sao Paulo,
Johannesburgo, Shangai, Manila, San Francisco, Leeds, Estocolmo, y Lagos. Pero a través de todo
el globo, de China, Brasil, Argentina, Taiwán, y Corea a Sudáfrica, Irán, India, y Egipto, y más allá
de las naciones en apuros de Europa oriental hasta los centros del capitalismo contemporáneo,
grupos y movimientos sociales se unen a reformas que expresan valores democráticos. Es un punto
esencial de muchas de las luchas que emergen actualmente.
Mientras mejor reconozcan los movimientos más claramente opositores que su objetivo central tiene
que ser enfrentar el poder de clase que ha sido tan efectivamente restaurado bajo la
neoliberalización, mejor será la probabilidad de que tengan coherencia. Arrancar la máscara
neoliberal y denunciar su retórica seductiva, utilizada tan apropiadamente para justificar y legitimar la
restauración de ese poder, tendrá un papel importante en las luchas contemporáneas. A los
neoliberales les costó muchos años establecer y realizar su marcha por las instituciones del
capitalismo contemporáneo. La lucha que viene no será menor cuando presionamos en la dirección
opuesta.