Perestroika, 20 años después.

La perestroika, veinte años después

Chauvier Jean-Marie

Le Monde, Junio 2005

 

“Un mundo desarmado y reconciliado, sin bloques militares; la democracia, la autogestión, la ecología y el socialismo renovado” eran las promesas del “nuevo pensamiento” de Mijail Gorbachov, de la llamada política de glasnost (tomar y ceder la palabra) y perestroika (reconstrucción). En la primavera de 1985 se iniciaba en Moscú una conmoción del orden mundial que aún no ha concluido.

"Todo está podrido. Hay que cambiar todo."
Eduard Shevardnadze a Mijail Gorbachov, una noche de invierno de 1984 en Pitsunda,

sobre la ribera abjasia de Georgia.

 La sociedad troglodita cavaba sus cuevas desde hacía mucho tiempo bajo el hormigón del aparente monolito. No hay "momento de verdad" de los años glasnost que no haya madurado, aflorado "la víspera" del gran vuelco. Lejos del teatro de terror montado por los medios de comunicación occidentales, la URSS post Stalin se había transformado profundamente: el poder, el sistema, la sociedad, la cultura, la mentalidad. Invisibles en los esquemas de lectura estereotipados y ciegamente anticomunistas, las señales precursoras del cambio se habían acumulado: reestructuraciones oficiales y secretas, comportamientos demográficos y sociales, resurgir de sentimientos nacionales y religiosos, pluralismo real de los intereses y la opinión pública, la literatura, el cine, la música, los movimientos informales de la juventud 1.

En la primavera de 1985, sucedió "lo impensable": el Kremlin cambió de rumbo. Desde lo alto del "torreón" de la fortaleza roja surgió el hombre, Mijail Gorbachov, por obra del cual cambiará el rostro del mundo. El régimen de Brezhnev se hundía desde 1968 en el conservadurismo, la corrupción, el aventurismo militar en Afganistán y la gerontocracia. A partir de febrero de 1982, las altas esferas advirtieron la crisis 2. En esa época, cuenta Nikolai Rijkov, futuro primer ministro de Gorbachov, "la atmósfera en el país era irrespirable; más allá, estaba la muerte. (...) En 1982, por primera vez desde la guerra, los ingresos reales de la población dejaron de aumentar. Todo estaba bloqueado: el nivel de vida, la construcción de viviendas, comercios, jardines de infantes, escuelas (...). Lo peor era el clima moral" 3.

Sucesor de Leonid Brezhnev en noviembre de 1982, Yuri Andropov, ex presidente de la KGB, tenía una clara conciencia de la degradación e impulsó las primeras reformas. Su muerte prematura impuso un año de espera, bajo el gobierno del brezhnevista Constantin Chernenko. La misma noche de su deceso, el 11-3-1985, sin ningún cuestionamiento concreto, la Secretaría General del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) fue confiada a Mijail Gorbachov 4, quien tendrá como principales "cómplices" en el politburó a Eduard Shevardnadze, nuevo ministro de Relaciones Exteriores, y al ideólogo Alexandre Iakovlev.

En el curso del año anterior, Gorbachov había pulido su imagen de "renovador" mediante llamados a una "reestructuración total de la vida económica, social, cultural". En Londres, había expuesto ante Margaret Thatcher una "doctrina" inusual para un dirigente soviético: "Europa es nuestra morada común. Morada, y no teatro de operaciones militares". En Roma asistió, conmocionado, al homenaje del pueblo italiano al fallecido dirigente eurocomunista Enrico Berlinguer: ¿Entonces sería "real" "otro comunismo"?

 Los primeros pasos

 En el plenario del Comité Central de abril de 1985, y luego en el XXVII Congreso en febrero-marzo de 1986, se daría luz verde a la "reforma radical". De hecho, los altos niveles de la "nomenklatura" 5 habían decidido una renovación prudente. Las cabezas pensantes (los mejdunarodniki -internacionales- del Comité Central y de la diplomacia, los economistas de las ciudades científicas de Siberia y Moscú) pergeñaron discretamente ideas más osadas; preparaban algo más que una "reformita".

En el centro del escenario se apiñaban escritores, cineastas, poetas, cantantes, periodistas, que abrieron las compuertas de las "verdades amargas". Tabúes y prohibiciones estallaron en pedazos; revisiones desgarradoras se conjugaban con las esperanzas de un mundo más justo. Fue en este clima electrizante, doloroso y romántico donde irrumpió la glasnost. Cientos de disidentes aún detenidos fueron liberados. "Un pueblo recupera la dignidad", diría Gorbachov. Éstos fueron los primeros pasos, hasta 1988. Las iniciativas sociales autónomas eclosionarán, y desaparecerán después de 1991.

Los "años glasnost" vehiculizaron valores "alternativos", socialistas, humanistas, ecologistas. De esas "cien flores", sólo sobreviviría la vegetación mercantil. Unos conservarán de ellas una última bocanada de utopías antes del cementerio de todas las ilusiones, otros el advenimiento de las libertades. Cuestión de óptica, o de billetera. Una visión retrospectiva "políticamente correcta" de la perestroika la convierte en una sala de espera, poblada de poetas animadores públicos, previa al embarque hacia el mercado salvador.

En 1985-1987, los artífices de la prosa del futuro se acercaban enmascarados. Se trataba del sector "comercial" del Komsomol, empresas autónomas, "cooperativas" privadas, joint-ventures, redes mafiosas. El vivero de los futuros oligarcas del capital financiero, que pronto tomarían partido en Chipre, Gibraltar, Suiza.

Hubo actores externos. El presidente estadounidense Ronald Reagan lanzó su Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) frente al "imperio del Mal". Se juró "poner de rodillas" a la potencia soviética. Departamento de Estado, CIA, Congreso estadounidense, estaciones de radio Free Europe y Svoboda y múltiples fundaciones se consagraron a la lucha contra el comunismo. En 1983 se creó el Endowment for Democracy, uno de los órganos coordinadores de las recientes "revoluciones" en Georgia, Ucrania, Kirguizistán, etc. Se brindó apoyo moral y financiero a los disidentes del Este, al movimiento polaco Solidaridad, a la resistencia afgana y sus redes "islamitas", según la sagaz estrategia de Zbigniew Brzezinski. Sin olvidar el papel histórico del papa Juan Pablo II. También se encontraron "en el frente" la Liga Anticomunista Mundial (WACL), la Liga de Naciones "antibolcheviques" (donde militaban los exiliados nacionalistas bálticos y ucranianos), la secta Moon y otros sectores de la derecha dura.

Los medios de comunicación occidentales también se movilizaron en la Guerra Fría avivada por la batalla de los euromisiles, donde la URSS era demonizada: sistema "orwelliano", "mayor potencia de todos los tiempos", dispuesta a devorar el planeta, una sociedad y una cultura "totalitarias" donde todo cambio era inconcebible. El mito del "reformista" Gorbachov no podía ser sino un invento de los agentes influyentes de la KGB. Pero la "ilusión" que criticaban los periodistas cautivó rápidamente a asesores en reformas liberales: el economista Anders Aslund (quien sería, junto con Jeffrey Sachs y el FMI, uno de los inspiradores de las reformas de la era Yeltsin) estaba en la URSS desde 1984; el financista George Soros creó su primera fundación en Moscú, en 1987. Faltaban dos años para la caída del Muro...

Más allá de las ideas y de los hombres en el lugar, eran las realidades concretas las que tornaban imperativo el cambio.

 Condiciones objetivas

 En primer lugar, las materias primas se revelaron pasibles de agotamiento. La extracción de petróleo se detuvo y su cotización disminuyó. Los precios internos en la URSS equivalían a un 20 % del nivel mundial. Incluso los suministros a los países socialistas estaban muy por debajo de los precios internacionales. Para los dueños (sobre todo rusos) de estas riquezas, resultaba tentador incrementar las exportaciones hacia los países con monedas fuertes y a precios del mercado mundial.

En segundo lugar, las inversiones para la modernización se tornaban indispensables, pero se vieron bloqueadas por los embargos estadounidenses -especialmente la enmienda Jackson-Vannik que condicionaba las posibilidades comerciales al derecho a emigrar de los judíos soviéticos- y la negativa de la URSS a abrirse a los capitales extranjeros.

La mano de obra escaseaba. El éxodo rural (93 millones de personas entre 1926 y 1979) se detuvo. El crecimiento demográfico disminuía en los países eslavos mientras aumentaba en los países musulmanes, acompañado por un fenómeno de subempleo. Las conductas reproductivas estaban fuera de control. Lo mismo que los movimientos de la mano de obra.

El sueño del Far East siberiano tenía fallas, los grandes emprendimientos como el nuevo transiberiano Baikal-Amur (BAM) carecían de mano de obra. De oeste a este y viceversa, se detuvieron las migraciones. El romanticismo de los pioneros desapareció. Y los altos salarios tampoco incentivaban lo suficiente.

La "economía en la sombra", los intercambios no controlados (mercantiles o de trueque), el robo de los bienes públicos y el trabajo en negro desestabilizaban el sistema planificado. Este mundo "informal" estaba en manos de redes clánicas y criminales que gangrenaron al Estado soviético antes de "colonizar" a la Rusia de Boris Yeltsin 6. Finalmente, la carrera armamentista impulsada por Estados Unidos se volvió financieramente insoportable, más aun cuando la superioridad tecnológica estadounidense, tal como lo demostraba la IDE, era evidente.

En resumen, el modo extensivo de desarrollo estaba agotado. El sistema no controlaba los comportamientos sociales. La potencia se quedaba sin aliento en la competición. Moscú ya no podía empecinarse en apoyar a Cuba, a los movimientos comunistas y antiimperialistas.

Sin embargo, la URSS en 1985 no era, como lo afirman sus detractores, "el Zaire con la bomba atómica". Era un país desarrollado en sectores primarios como el carbón, el acero, los hidrocarburos, y en campos más elaborados: aeroespacial, nuclear, electricidad, investigación fundamental, patentes de tecnología industrial, formación escolar, acceso masivo a la educación y la cultura. Aviones, cohetes, armas, máquinas herramientas y agrícolas, cereales, libros, películas, ciudades científicas y escuelas de matemática, física, agronomía, cine, etc., mundialmente reconocidas, nada tenían de "ficticio".

Un sistema de electrificación unificado cubría las necesidades de 220 millones de habitantes (sobre 280 millones). Unas 800 ciudades disponían de calefacción central urbana. En los años 1980, el 48% de la población activa trabajaba en la industria, contra el 30-35% en los años 1950; la mayoría de los soviéticos se encontraba "urbanizada" 7. Los soviéticos de los años 1980 acabaron de volcarse hacia una sociedad mayoritariamente urbana, aun cuando el modo de vida rural persistiera en las pequeñas ciudades. La enseñanza secundaria se generalizaba. El nivel de consumo, equipamiento de uso doméstico, la vida familiar y el tiempo libre se habían alejado del modelo frugal de posguerra 8.

Este mayor bienestar material no impidió el profundo malestar moral que expresaron escritores, cineastas, cantantes y músicos de rock. Los ciudadanos tenían garantizado el acceso a una seguridad social básica, educación gratuita, un servicio de salud mínimo, transporte, agua, calefacción y electricidad con tarifas módicas. En los años 1970-1980, el mundo rural emergía de décadas de subdesarrollo material y social y de ciudadanía de segunda categoría 9. Una movilidad social elevada, la laicización de las mentes, la pasión por la lectura, el gusto por las artes y la investigación también formaban parte del balance de esta modernización 10.

Pero el gigantesco desarrollo social y sanitario se detuvo. La esperanza de vida promedio -34 años en 1923- se elevaba a 64,6 (hombres) y 73,3 (mujeres) en 1965, lo que acercaba a la URSS a Europa Occidental. Más tarde, este índice se estancará, disminuirá, y luego se incrementará en 1987 (65 y 74,6) antes de hundirse en los años 1990, al igual que muchos otros indicadores de salud pública. Caída de la natalidad y aumento brutal de la mortalidad se conjugarán entonces para provocar una disminución absoluta y continua de la población 11.

La era Brezhnev "occidentalizó" además el modo de vida: vivienda privada, carrera por los bienes materiales, erosión de las tradiciones comunitarias campesinas o colectivistas. Nacía una sociedad de consumo (frustrada), fascinada por los logros de Occidente. Pero el peso específico de la industria extractiva y pesada, el retraso en la agroindustria, la química, la electrónica y la informática eran vistos como falencias de esta economía (mal) administrada que, por otra parte, degradaba el medioambiente a la manera de las cuencas industriales occidentales de los años 1930-1950: con total irresponsabilidad 12. Otro índice de un retraso que se acentuaba: en las exportaciones, la parte correspondiente a máquinas y equipamiento disminuyó de 2 % en los años 1960 a 15,5% en 1987, mientras que la correspondiente a combustibles y energía pasó de 20% a 60% 13.

La glasnost popularizó los diagnósticos economicistas: caída de la tasa de crecimiento del ingreso nacional y de la productividad del trabajo; bajo rendimiento de los capitales invertidos; multiplicación de obras inconclusas; retraso de la mecanización compleja y la automatización; de la informatización: algunas decenas de miles de computadoras personales en 1985, contra 17 millones en Estados Unidos. La parte de equipamiento obsoleto aumentó, y sólo era el comienzo 14. Se produjeron finalmente los desastres ecológicos conocidos, como la contaminación del Volga y del lago Baikal, la desecación del mar de Aral, o imprevistos e insospechados, como Chernobyl, en abril de 1986.

La crisis afectaba entonces el "corazón del sistema" y sobrevino "en una economía que tiene ahora casi todas las características de una economía industrial desarrollada. Es el corolario de un movimiento que cuestiona al sistema estalinista, iniciado en 1953, pero que nunca se llevó a término" 15.

 El mercado del empleo

 En el inventario, se insistirá sobre la "crisis laboral": bajo rendimiento, ausentismo, "licencias por enfermedad", pausas para fumar, reuniones sindicales y otras actividades deportivas o culturales durante las horas de trabajo, inestabilidad de la mano de obra. Las causas invocadas son la falta de estímulos materiales; la nivelación de los salarios; el exceso de personal; el  empleo garantizado. De 131,5 millones de trabajadores activos, 10 millones se consideraron "excedente", al tiempo que había escasez de mano de obra en otros lugares: el 25% de los puestos estaban desocupados. La Organización Científica del Trabajo (OST) y el taylorismo no tuvieron éxito en la URSS. Ni el fordismo: ganar más no bastaba para incentivar el trabajo, a falta de una oferta suficiente de productos de consumo masivo. La cantidad de mercadería se duplicó entre 1971 y 1985, la de dinero se multiplicó por tres. En busca del mejor empleo, los trabajadores no privilegiaban sólo el salario más alto, sino la empresa que ofreciera vivienda, guardería y jardín de infantes en mejores condiciones.

¡Una relación de fuerzas desfavorable para los empleadores! En 1985, éstos reclamaron el derecho de despedir y lograron una reforma, concebida en 1984, que "profesionalizaba" la enseñanza secundaria, donde aún predominaba un tronco común de formación general. Desde las reformas promovidas por el primer ministro Alexis Kosyguine en 1965, las elites tecnócratas reivindicaron en sordina (y ya esbozaban) un "capitalismo" inconfeso: beneficio y rentabilidad; verdadero mercado del empleo y desempleo declarado; management según el modelo estadounidense; surgimiento del "patrón" propietario; derecho al enriquecimiento personal, a la libre competencia y a la publicidad comercial, al trabajo de niños y adolescentes; fin del asistencialismo social, apertura de las fronteras, etc.

La sociedad se componía entonces de una gran mayoría de asalariados 16. El fin del crecimiento creaba los cuellos de botella del ascenso social. El acceso a los títulos de propiedad, a las fuentes de riqueza monetaria, destrabará la situación. La masa obrera, engañada por las promesas de "autogestión" o de propiedad colectiva, será de hecho excluida de esta gran redistribución de los bienes sociales. La "clase media" soviética (docentes, ingenieros, médicos, investigadores), mal remunerada pero simbólicamente favorecida por una ideología socialista que privilegiaba los valores no mercantiles de la cultura, será una de las más destruidas por el mercado. El liberalismo encontrará su base social entre los nuevos comerciantes, los intelectuales mediáticos y la nomenklatura modernista.

Las reformas de 1986-1988 liberaron la iniciativa privada en las empresas y cooperativas. Ofrecieron a los "circuitos en la sombra" ocasiones de blanqueo y nuevos fondos, "fugados" a paraísos off shore gracias al desmantelamiento del monopolio estatal del comercio exterior. El espacio soviético se convirtió en presa del saqueo de las materias primas y la desagregación territorial. Además de los nacionalismos periféricos, las tendencias separatistas eran alentadas por el equipo de Yeltsin, partidario de la disolución de la URSS. Se trataba, en efecto, de la condición para lograr la "ruptura irreversible" en beneficio de las elites rusas: liberación de precios, privatizaciones masivas y... captación de la renta petrolera. Así se levantaron los bloqueos de 1985: desigualdades crecientes, carrera por el dinero y lucha por la supervivencia; eliminación de la "gente que está de más" gracias a la alta mortalidad en los accidentes de trabajo y otros, surgimiento de una generación "resentida"...

La "crisis laboral" se abordaba en una nueva relación de fuerzas, donde la masa obrera se encontraba socialmente desclasada y obligada a la "flexibilización". En 2005, una publicidad del Business Journal de Moscú resumía la nueva doctrina del trabajo con una fórmula de Henry Ford (padre): "Hay dos formas de hacer que la gente trabaje: el gusto por el salario y el temor a perderlo" 17.

El factor clave del vuelco fue la metamorfosis de la nomenklatura que, junto con los nuevos sectores de negocios favorecidos por el poder, formará la nueva clase adinerada. ¿Había una alternativa al desmoronamiento del sistema y a la disolución de la URSS? Historiador del campesinado, impulsor de las investigaciones sobre la colectivización estalinista de los años 1930, Viktor Danilov cuestiona la teoría de la fatalidad: "no hubo un fracaso de la economía, ni de la sociedad; no hubo un ‘crack' de la URSS, al menos hasta el otoño de 1988. Son los grupos de intereses egocéntricos los que indujeron el caos". Según críticos que podrían calificarse de keynesianos, Gorbachov habría perdido la oportunidad de llevar a cabo una transición gradual, controlada por el Estado, tal como le proponían hasta 1988 economistas como Abel Aganbegian, Leonid Abalkine, Nikolai Petrakov. Hubiera sido un largo período, de diez a quince años. Los mecanismos de mercado se habrían introducido salvaguardando al Estado y las garantías sociales soviéticas. "La perestroika tenía aún un gran prestigio, la gente era optimista, la URSS existía. Las fuerzas democráticas corrían con ventaja. Además, Gorbachov tenía la posibilidad de ampliar su base social creando un nuevo partido comunista reformador" 18.

 Salida al capitalismo

 La "terapia de choque" de Egor Gaidar y sus asesores Anders Aslund y Jeffrey Sachs decidió otra cosa. Una historia de la perestroika debería aclarar la serie de reformas y decisiones políticas que precipitaron la "salida". Sin olvidar las presiones internacionales. La deuda externa pasó, entre 1985 y 1989, de 28.900 a 54.000 millones de dólares. En 1990-1991, el G7 y el FMI señalaron el camino a seguir, especialmente el de las privatizaciones, cuya legitimidad hoy se cuestiona en gran medida. El presidente Yeltsin aceptó los préstamos condicionados, por ende la puesta bajo tutela del gobierno ruso. Entonces comenzó realmente "la transición a la democracia y al mercado".

La redistribución de las riquezas y el poder, su dinámica desigual y conflictiva, combinada con la desagregación de la URSS y la apertura de los espacios soviéticos a los apetitos exteriores, generaron un nuevo tipo de crisis que se radicalizará veinte años después de 1985. Las "revoluciones" en Ucrania, Transcaucasia y Asia Central aparecen como el "segundo eco" de la perestroika: se trata a la vez de prolongaciones de la desagregación y del producto de situaciones nuevas, cuyas tensiones son hábilmente explotadas por los "propagadores de democracia" occidentales.

Pero, ¿quién hubiera imaginado que ya en 1985 la dirección soviética estaba"subvertida" por el capitalismo? En una nota dirigida a Gorbachov, Iakovlev, el principal ideólogo del PCUS, recomendaba la restauración de la economía de mercado, "el propietario como sujeto de las libertades", la gestión económica "en formas ligadas a los bancos", un mercado de capitales y... el fin del monopolio del PCUS, calificado de "Orden de los Caballeros Portaespadas". Dicha nota fue escrita el 3 de diciembre de 1985 19. Iakovlev recibió el sobrenombre de "arquitecto de la perestroika".

  1. Sobre los "laboriosos treinta" que cambiaron la
    URSS desde la muerte de Stalin en 1953, véase URSS: une société en mouvement, L'Aube, la Tour d'Aigues, 1988.
  2. Pravda, 14-2-82, artículo del economista reformista Abel Aganbegian.
  3. Nikolai Rijkov, Perestroïka: istoriia predatel'stv, Novosti, Moscú, 1992.
  4. A propuesta del jefe de la diplomacia, Andrei Gromyko, último "líder histórico" en el puesto, lo que basta para hacer callar a los potenciales rivales.
  5. Las "nomenklaturas" (listas) de cuadros responsables son controladas por el Partido-Estado en los diversos niveles del poder. Se las confunde a menudo con la "burocracia", más amplia, y no incluyen a la intelligentsia.
  6. Nadine Marie-Schwarzenberg, La Russie du crime, PUF, París, 1997.
  7. Incluyendo, desde luego, aglomeraciones semirrurales y ciudades "rurales".
  8. Basile Kerblay, La société soviétique contemporaine, Armand Colin, París, 1980.
  9. En esta época los koljozianos obtienen el "pasaporte interno", ese documento de identidad que permitía a los ciudadanos soviéticos viajar libremente a través de la Unión.
  10. Sobre la modernización de la URSS, véase Moshe Lewin, Le siècle soviétique, Le Monde diplomatique-Fayard, París, 2003.
  11. Véase la excelente obra de Claude Cabanne y Elena Tchistiakova, La Russie. Perspectives économiques et sociales, Armand Colin, París, 2002.
  12. "Du communisme fictif au capitalisme réel", Les conflits verts, GRIP, Bruselas, 1992.
  13. Abel Aganbegian, Soulever les montagnes. Pour une révolution de l'économie soviétique, Laffont, París, 1989.
  14. Veinte años más tarde, el diagnóstico se agrava: equipamiento, infraestructura, medios de transporte público, vivienda, etc., envejecen inexorablemente.
  15. Jacques Sapir, Les fluctuations économiques en URSS. 1941-1985, EHESS, París, 1989.
  16. En el campo es preciso distinguir a los asalariados agrícolas de las granjas estatales (sovjozes); los semiasalariados, los miembros de las cooperativas (koljozes) que viven a la vez de sus explotaciones familiares, retribuciones en dinero y en especie ligadas a las cosechas y ayudas sociales.
  17. Izvestia, Moscú, 28-12-04.
  18. L. Ia. Kosals, R. V. Ryvkina, Sotsiologiia perekhoda k rynku v Rossii, Editorial URSS, Moscú, 1998.
  19. Alexandre Iakovlev, Gorkaïa Tchacha, Yaroslav, 1994.

El peso de las palabras

Chauvier, Jean-Marie

En la URSS no había nada más serio que el uso de las “palabras”. El discurso aún no conformaba un “mercado”, no había pasado por la trituradora del relativismo posmoderno, sino que, al igual que en las sociedades tradicionales, constituía un orden simbólico donde las convenciones, los rituales, nada tenían de fortuito. ¿Acaso el Politburó, la instancia más alta del país, no llegaba incluso a discutir seriamente el estreno de una película, la publicación de un libro de poemas o una novela capaces de educar al pueblo o desviarlo de la justa verdad? ¿Acaso los “nomenklaturistas” de los niveles más altos no estaban al acecho de las canciones de un Vladimir Vyssotski o de las radios occidentales?
Entonces, sería erróneo pensar que las “grandes palabras” pronunciadas por Mijail Gorbachov en 1984-1985 no eran más que palabras. Hasta ese momento, el discurso oficial reconocía que el sistema podía “perfeccionarse”. Pero el término “reforma” seguía siendo tabú. Cuando surgió la perestroika, la polivalencia de la palabra permitía traducciones diversas: ¿simple “reestructuración” o profunda “reforma”? Gorbachov agregaba: “De toda la vida económica, social y cultural”. ¿Y la glasnost? La etimología remite a glas (voz) y al verbo glatit (publicar). Se dirá entonces “publicidad”, o “transparencia”.
Pero la historia nos enseña que ya en la época de los zares, glasnost tenía el sentido de conceder al pueblo el derecho (limitado) a expresarse. Es lo que sucede en 1985. ¿Será tal vez “el permiso de decir”? Pero progresivamente, la expresión de quejas e ideas ya no pide permiso. Puede entonces traducirse por “tomar la palabra”. Y más tarde: “libertad de expresión”.
En el XXVII Congreso del PCUS, en febrero-marzo de 1986, Gorbachov se atrevió finalmente a anunciar una “reforma radical”. Atravesó el Rubicón. Es el crimen absoluto de lesa ortodoxia. Envalentonado, el reformador llegará incluso a decir “revolución”. ¿Entonces era el dueño del país quien anunciaba la “revolución”? Parecía un sueño. Para un periodista occidental, esto podría pasar casi inadvertido. Pero, para los funcionarios soviéticos, se trataba de un sismo. Y la población, que había aprendido a decodificar el discurso, comenzó a comprender: realmente estaba sucediendo algo allí arriba. La ola de palabras ya no se detendrá, ni su catarata de desvíos semánticos, deshaciendo las viejas referencias. Así, la “izquierda” democrática yeltsinista se reencarnará más tarde en la “Unión de Fuerzas de Derecha”.